miércoles, 9 de septiembre de 2009

Hurgar la bolsa

Prosiguiendo la metáfora del viajero ilustrado, una vez plantado al inicio de nuestro guión se hace necesario recurrir al sextante, es decir a una suerte de medición de distancias. Al otro extremo de nuestro relato estará el clímax, el lugar en dónde nuestra hipótesis moral encontrará su resolución narrativa, debemos llegar a él, si es que lo tenemos, o en todo caso debemos trazar el recorrido que nos cargue de la tensión suficiente para que éste se desencadene de manera eficaz. Querramos o no querramos, nuestro guión tendrá una extensión determinada y debemos avanzar hacia el final, los manuales suelen proponer la ubicación de los picos que nuestra escritura deberá rellenar, es un camino, yo nunca lo he sentido como el más adecuado, sin embargo se que en algún lugar deberán estar los momentos dramáticos que me hacen presumir que tengo una película entre manos y no una voluntad de terminar. Veo la montaña y camino hacia ella, en la medida en que avanzo voy dibujando los accidentes y subiendo hacia ella, tengo una presunción de distancia, pero si en el camino me parece que he calculado, mal evito apresurarme ya llegará, o mejor dicho ya llegaré, es probable que intentar completar el mapa me exija perder la esencia del viaje. Las hipótesis metodológicas para la enseñanza de la teoría del guión se apoyan en construcciones más o menos dogmáticas, intentaré una de ellas; mi viaje, mi guión es un trayecto de la A a la Z. Podríamos inferir ligeramente, siguiendo a alguno de los gurús de la escritura, que C corresponde a la exposición del conflicto, G sería el primer punto de giro, N la mitad del guión, T el segundo punto de giro, X el clímax y Z el final. Nuestro plan de escritura tentativo dispone de alguna de éstas letras codiciadas, según mi propio plan, no debiéramos partir sin C, a partir de nuestra idea moral obtenemos T y X, decidimos lanzarnos supongamos que con prolijidad, de A a B y de B a C, vamos entonces en busca de G, (nuestro primer punto de giro), sin embargo G se resiste a aparecer, nuestro peor escenario es tratar de inventarlo, G debe ser una consecuencia de nuestro viaje hacia T. Es probable que al encontrar a G incluso, T deje de tener sentido y nuestro trayecto sea modifique sustancialmente, nuestro guión ya no irá hasta T y nuestro final se produzca digamos en R. Si hasta aquí, la analogía alfabética no los ha confundido, quizás podamos intentar una segunda aproximación. Si bien un guión siempre tendrá una interpretación lineal, al menos cuando esté terminado se me ocurre que quizás la instancia de producción podría ser representada no como una línea, sino como un sinfín. Una línea continua en la que Z continúa en A. Si entendemos nuestro proceso como una cadena de transmisión, la ubicación tentativa de los dichosos pilares podría ser una fuerza liberadora, desplazamos nuestro relato de manera tal que podamos por ejemplo, ubicar T como primer punto de giro y viajar hacia G, extrapolar luego los eslabones innecesarios y extendernos más allá de lo que suponíamos era nuestro final. La hipótesis de un relato sin reglas es siempre sugestiva, probablemente porque nos permite pensarnos como inventores del mismo y no permite intervenciones críticas externas, pero es una ilusión que solo diluye las diferencias entre los buenos relatos y los malos, siempre desde la subjetividad que éstas valoraciones pueden encerrar. Tarde o temprano cada una de nuestras decisiones narrativas será interpretada como una función, porque resulta inevitable, en el marco de una institución como la cinematográfica que se constituye como tal a partir de una instancia necesaria de reconocimiento. Las películas son para verse, y los espectadores forman parte de un cuerpo histórico que conlleva un saber social que ha forjado sus preferencias narrativas excluyendo lo que no considera relato, las vanguardias han sabido en su momento desgarrar ésta matriz a partir de una reformulación de éstas reglas en un nuevo paradigma, incluso más extremo que el que han derrumbado, el resultado ha sido la aparición de nuevos lectores/espectadores que se aglutinan en un nuevo cuerpo histórico, a veces mayoritario, a veces minoritario pero siempre cohesionado en torno a éstas nuevas normas casi siempre inflexibles. Rellenar no es escribir, escribir es sumergirse en un proceso dinámico y continuo en el que cada paso puede ofrecer la alternativa de un nuevo descubrimiento que pone en duda nuestras más firmes convicciones.

No hay comentarios:

Publicar un comentario